miércoles, 10 de octubre de 2012

UN VIAJE MUY "CHE"


El viaje muta, constantemente. Alguna vez contamos en este blog que cuando planeábamos el viaje uno piensa en la soledad del mismo. Vicky, Fusca y yo contra todo un continente. Contra toda América. Kilómetros de asfalto, montañas, desiertos, nieve o lluvia y nosotros solo protegidos por la coraza de hierro y pintura de nuestro querido amigo. Si algo sucede debemos resolverlo nosotros. Pero este camino elegido nos demuestra siempre lo equivocados que estábamos. Viaja solo el que quiere. Vive solo el que quiere. Muere solo el que no entiende que la vida esta para compartir.
A Salinas llegamos tres y nos fuimos siete. No se preocupen, no tuvimos cuatrillizos, sino que compartimos viaje con Chacha, David, Cocana y Chida: los chicos de Combi Aventura, su perrita y su Combi mejicana. Salimos a recorrer nuevamente la ruta del sol, la playa del Pacífico, pero ahora hacia el norte. Y llegamos a Montañita. Y como casi siempre, no sabíamos donde parar. Así que acudimos a Flor, la “cuerva” que en el primer paso por estos lugares me invitó a ver el partido de mi amado San Lorenzo y que hoy nos abría las puertas. El Ciclón siempre me da una mano. Tres días acampando en su casa, un poco de playa y muchos mates nos preparan para salir, así que nos despedimos de Flor por segunda vez y pensando nuevamente que iba a ser la última. Pero eso nadie lo sabe.

El equipo femenino en pleno relajo.

Partimos rumbo a Puerto López y en medio de un descanso se nos acerca una limousine. Si, no era Ricky Fort sino Lucas y Flor que también están recorriendo América. Junto a ellos Joaquín y Rosa, mochileros argentinos que fueron levantados por los chicos. La tarde cae y decidimos acampar juntos en la playa. Tres autos viajeros, ocho aventureros y una Beagle colombiana coparon un quincho e hicieron de él su hogar.

Viajeros Point.

Parrillada de atunes.

Clases de surf.
 Almuerzos playeros, noches de ron con coca y ventas en el centro nos unieron para seguir juntos en la ruta. ¿Hacia el Norte? No, hacia el sur de nuevo ya que la última noche un grupo de adolescentes borrachines se encargo de arruinarnos una jornada de buenas ventas y tuvimos que salir de Puerto López. ¿A dónde vamos a las 11:00 de la noche? A lo de Flor nuevamente. Así que caravana de tres autos, ya sin Joaquín ni Rosa que siguieron su camino, y otra vez camping en su patio. Solo unos días para no abusar y después seguimos rumbo al norte.

Seguimos viaje.
Que diferente es viajar acompañado, mirás adelante o atrás y sabés que alguien te da una mano. Con tu mismo acento, con tu misma idiosincrasia, tus mismos miedos e incertidumbres. Ese camino que habíamos recorrido solos días atrás hoy era distinto. Hoy compartimos. Para envidia de Fidel Castro, cuando viajás acompañado lo de uno pasa a ser de todos. Tu comida, tus cubiertos, tus medicamentos son para todos. Se siente una satisfacción especial si alguien necesita algo y uno lo tiene. Ver que el otro mejora o encuentra una solución gracias a uno te reconforta. A veces necesitamos kilómetros de distancia para entenderlo, para vivirlo, pero créanme que es verdad. Se puede dar y ser feliz. Pero lo mejor es que lo podemos practicar ahora, en este preciso momento. Solo falta decisión, como todo en la vida. Y si esto lo extendemos a nuestros hijos, sobrinos o nietos en vez del tan fomentado “tené cuidado con los demás que te van a cagar”, seguramente crecerán con menos miedos y serán hombres más justos y honestos.
Nueva y definitiva (eso creemos) despedida de Flor y la primera parada es playa Los Frailes. Creo no equivocarme si digo que es la playa más bonita de Ecuador. Una reserva de arenas claras, mar transparente, ballenas saltando de fondo y la tranquilidad que cualquier ciudadano estresado desearía para su vida. Una mañana de caminatas, fotos, sol y amistad alcanzaron para renovarnos y seguir camino hacia Canoa, lugar elegido para pasar la noche.






El camino se hizo largo pero llegamos a Canoa, pequeña playa que poco a poco va creciendo y seguramente se convertirá en el próximo Montañita. Comimos algo y buscamos el mejor lugar para dormir. Conocimos otros argentinos (somos plaga) que viajaban en un Renault 19 y después de intercambiar unas palabras nos fuimos a nuestro hogar. Armamos la carpa y arrancamos una noche de historias, mates y trufas. Después que el viento y la arena hicieran su trabajo, nos fuimos a dormir ya que al otro día la idea era llegar a las playas del norte, de donde nosotros veníamos y habíamos vendido muy bien.

Cena comunitaria en Súa.
Llegamos a Súa, pasamos el día entre comida, intentos de buscar una ducha y serenatas desafinadas a cargo de David. Nos fuimos a dormir con la idea de irnos a Tonsupa, apenas unos kilómetros al norte. Eso hicimos a la mañana y acomodamos los autos en una entrada a la playa que se convirtió en punto de ventas, dormitorio y comedor.

La primera vez que estuvimos con Vicky, vendiendo en la playa conocimos a Rody, un argentino viajero que después de recorrer el continente se instaló por estos lados. El tiene una pizzería, es guardavida y da clases de surf, así que invitación mediante nos fuimos a su restaurante a festejar los seis meses de viaje de Lucas y Flor. Tan buena onda es Rody, que también nos permitió bañarnos en su departamento y terminamos pasando casi todos los días con él y su mamá. Para rematarla, el domingo cocinamos una lasagna casera que nos hizo sentir un poquito más cerca de casa.
La última noche iba a ser tranquila, pero a Rody le faltaron unos empleados y como el boliche se llenó, obviamente le dimos una mano, así que terminamos todos entre cortes de muzzarela, atención a los clientes, destapes de gaseosas y todo eso. La “jornada laboral” se terminó, la pizza y el brindis final quedarán en nuestros recuerdos eternamente. Otra persona que desinteresadamente nos ayuda, no solo a nosotros, sino a todo el grupo. ¡Gracias Rody por todo, sos un grande!

Nos fuimos a dormir y al otro día encaramos para la sierra, Quito era el objetivo pero hicimos una parada en Mindo. Ecuador te ofrece esto, a la mañana salimos del mar, de la playa, las olas y al mediodía estábamos comiendo entre sierras, un río cristalino y unos cuantos metros de altura. Pícnic campestre, ruido de pájaros y el correr del agua nos relajan para seguir camino a Quito, donde debíamos llegar para hacerle unas modificaciones  a Fusca y salir hacia Colombia, ya que los días estaban contados.
Llegamos a Quito y cada uno buscó su lugar para dormir. Nos separamos de Lucas y Flor después de unos quince días juntos. Ellos van a quedarse por estos pagos un tiempo más, así que probablemente nos veamos más al norte. ¡Gracias por todo y nos vemos en algún lugar de este continente!

Despedida a la limo.
Nos fuimos con los chicos de Combi Aventura hasta lo de Santiago, mecánico y amigo del club que nos hospedó esa noche ya que en Quito hay restricciones a las patentes (placas) y justo ese día nos tocaba a nosotros. Así que a la mañana recién partimos a lo de Miguel, quien nos había hospedado la primera vez cuando llegamos con Walter. Fue como volver a casa. De paso la generosidad de él no tiene fin, y cuando le pedimos unas herramientas para realizar unos cajones de madera para Fusca, no solo accedió a eso, sino que los armó, los colocó y nos regalo unos estantes delanteros súper top. El auto quedó impecable pero quedó en el aire un dilema: ¿qué hacemos con el asiento trasero que sacamos? Yo no puedo desprenderme de él y Vicky, sin sentimientos, me planteaba regalarlo o dejarlo abandonado por ahí. No era justo un final así. ¿qué hacer, lo dejamos o lo llevamos encima el resto del viaje? Ya se van a enterar…

Así fué quedando.(ver detalle de bolsillos guarda-todo)

En la carpintería.

Estante nuevo!!!

Hasta siempre!!!
Como todo en la vida, llegamos al fin de la estadía en lo de Miguel. ¿Cómo agradecerle todo? Imposible, pero realmente nos llevamos los mejores recuerdos de él y su familia. Quizá él viaje alguna vez, así que llegará el tiempo de devolver tanta generosidad. ¡Mil gracias, nos veremos pronto!
Salimos a lo de Santiago para poner a punto a Fusca y reencontrarnos con los chicos ya que nos estaban extrañando en demasía. Ajustes por aquí, arreglos por allá y nos vamos a dormir que mañana partimos. El día empezó movido, la logística de la salida siempre es complicada. Llegó Paul y nos invito a todos a comer unos mariscos de la ostia. Mi paladar volvió a sentir lo que es el sabor del mar, las conchas, los camarones, el pescado. Festival de sabores y felicidad al extremo.
 Pero la realidad marcaba que había que irse. Fue quizá uno de esos días que uno no quiere que lleguen. Armar el auto, hablar de las rutas que convienen o no, promesas de reencuentro en Mar del Plata. Queríamos estirar cada movimiento para compartir ese ratito que siempre falta, pero cada minuto moría y aumentaba la presión de la partida. Dicen que los animales presienten lo que está sucediendo, y debe ser cierto ya que Cocana no se nos despegó ni un minuto. Como nunca se tiraba a nuestros pies, y como nunca  en el viaje se metió en nuestro auto y no quería salir. Pero nos tuvimos que despedir de nuestros amigos, ellos van para el sur y nosotros para el norte. Y como gesto de amistad, se llevaron el más valioso de los recuerdos: ¡nuestro amado y querido asiento de Fusca! Sí señor, Combi Aventura viaja con un sillón en la parrilla hasta Mar del Plata y a la vuelta lo iremos a buscar. Que envidia poder tener ese recuerdo nuestro. Estamos seguros que con eso no nos van a extrañar. Nosotros, en cambio, sí. ¡Gracias chicos, pareciera que lo mejor ya pasó, pero no, lo mejor de conocer a alguien es el reencuentro! Salud y buen viaje.

El asiento como excusa para volvernos a ver.

En el taller-hostel de Santi.
Paúl nos acompañó hasta la salida a Quito creo que para asegurarse que no volviéramos, ya que a Ecuador lo recorrimos de norte a sur y de este a oeste. ¡Gracias Paul, abrazo a tu familia y a tu querida combi!
Salimos raros, solos después de muchos días acompañados. Es extraño no ver amigos adelante o atrás. Es un volver a empezar, a rodar en soledad. Pero es lo que elegimos, América es grande y no siempre se va a la par. Colombia está ahí, a un paso. Una noche más en la ruta y a pasar la frontera. Otro país nos espera, nuevamente. Como siempre, las despedidas nos dejan cicatrices, no para sufrir sino para recordar. Y para acordarnos que siempre, en algún lugar de este continente, habrá un amigo que nos espera, con los brazos abiertos. Amigos que no conocíamos antes de salir y que solo rodando y compartiendo, uno los puede descubrir. Hasta la próxima.