martes, 28 de mayo de 2013

CADA VEZ MAS CERCA



Cartagena y con ella Colombia comienza a ser otro grato recuerdo. Con Fusca en el contenedor y nosotros con velero y capitán, solo nos queda hacer unas pequeñas compras, embarcar y zarpar. ¿A dónde? A las islas de San Blas, Panamá, Centroamérica.
Cruzar a Panamá era todo un desafío para nosotros y para cualquier viajero ya que lo extenso, tedioso y costoso que es el cruce muchas veces determina el final de alguna aventura. Pero para nosotros era algo especial. Cruzar a Centroamérica es tomar conciencia de la cercanía de la meta, y ver el fin de algo mayormente te hace reflexionar. ¿Cuánto deseamos realmente que esto termine? Difícil de contestar, pero tenemos tantas ganas de llegar como de no llegar. ¿Locura? No, es simplemente querer extender ese momento de felicidad, que perdure eternamente la emoción del viaje, la adrenalina de la incertidumbre, la sensación de distancia.
Pero tener la meta tan cerca nos pone a pensar también en el camino recorrido y en la importancia del mismo. Llegar siempre es importante, no estoy muy de acuerdo con ese famoso dicho “lo importante es intentarlo”, si bien esto es mucho más valioso que no intentarlo, pero me gusta terminar lo que empiezo. Ahora, lo que si creo, es que es tan satisfactorio llegar como transitar y valoro tanto un logro como la obtención del mismo. Uno se alimenta del otro y lo puede enaltecer o bastardear. Los tiempos que corren nos exige que todo se haga rápido, no importa cómo, pero rápido. Se propone, se hace y se termina. La satisfacción está solo en terminarlo, no en hacerlo. Con ese concepto jamás hubiéramos salido de viaje de esta manera, un avión era más económico y expeditivo. Pero elegimos a Fusca y sus 75km/h, arrancamos por el sur para ir al norte y decidimos conocer mucha gente que nos “atrasaron” el viaje. Y la realidad es que en estas pequeñas elecciones está la satisfacción, pero más que nada la diferencia de los caminos recorridos. Abogados, médicos, ingenieros hay a montones pero la ruta tomada por cada uno de ellos es única, cada cual sabe las dificultades y ayudas que tuvo. Viajes a Florida también hay muchísimos, pero nosotros elegimos hacerlo lento, tener tiempo de mirar a los costados, de parar y seguir cuando queramos. Esto nos permite sentir que el camino lo diseñamos a cada instante y se torna único, irrepetible. La meta siempre estará allí, agazapada, esperándonos expectantes así como la muerte espera a la vida, pero qué sentido tiene morir, o llegar a la meta, sin nada interesante que contar.


Es por eso que nos tomamos el tiempo para descubrir esos pequeños lugares que nos materializan el concepto de paraíso. Si este existe, ojalá sea como las Islas de San Blas. Pero para llegar a la tierra prometida siempre hay un duro camino, y esta no fue la excepción. Zarpó el velero con trece personas y por suerte nuestro supersticioso capitán no se dio cuenta del número. Tres argentinos, tres colombianos, dos uruguayos, dos suizos, dos australianas y un francés fuimos los aventureros y soportamos treinta seis horas de navegación en altamar, olas que pasan de un lado a otro, gente vomitando, mareados, sin hambre, a pura agua para soportar el duro viaje. Pero todo tiene su premio y las islas pagan con intereses. San Blas es un conjunto de trescientos sesenta y cinco islas, algunas habitadas y otras no, donde vive la comunidad Kuna. Ellos, si bien pertenecen a Panamá, se manejan de manera autónoma y explotan el destino de las islas. Por eso no hay edificios, hoteles ni aeropuertos, solo palmeras, cocos, arenas blancas, mar turquesa e infinidad de fauna marina.


Anclamos, pasaron unos minutos y todos saltamos del velero y nadamos hacia una isla. La textura y el color de la arena, el calor, la temperatura  y transparencia del agua, todo es perfecto. Para los que venimos del sur y buscamos “el Caribe”, créanme que esto lo es. Pasamos tres días más disfrutando de otras islas, manjares marinos y de la buena onda de la tripulación. Todo era tan perfecto que me anime a enfrentar uno de mis mayores desafíos: pescar algo. Cuando todos estaban con sus actividades, agarré una tanza, un anzuelo, unas tuercas para usar de plomada y restos del pulpo del mediodía. Tiré algo incrédulo la línea una, dos, tres veces. El velero poco a poco se fue llenando de gente ya que el sol iba perdiendo fuerza y nada alteraba la tranquilidad del mar Caribe. Nuevo intento y nada. Las miradas ya no se depositaban curiosas en este rincón del barco. Nada hay por hacer, nuevo fracaso… de repente el nylon se tensa y roza con calor mi dedo, entonces tiro y aflojo para saber si se enganchó, pero sigue allí. Comienzo a recoger en silencio para no generar expectativas ni presiones extras y la tirantez del nylon no cede. Al ver que faltan solo unos centímetros para el final del interminable ovillo, el brillo plateado del animal asoma. Sí, un pez nuevamente en mi tanza, como en Bariloche, pero esta vez no se me cae. Lo levanto orgullosamente mostrando la hazaña y mis rudimentarias armas que pusieron fin a la pesadilla.
           


La velocidad de los buenos momentos es implacable y fugazmente nos estábamos despidiendo del paraíso. Saludo al capitán y su mujer, lancha que nos lleva hasta el continente y luego unas camionetas nos dejan en Panamá City. Nos despedimos de una parte del grupo y junto a Michel, Claudia, Bruno y Camila (los uruguayos) buscamos un lugar para hospedarnos. Fin de semana a todo turismo, recorrimos el casco antiguo y la moderna Panamá City.



El lunes bien temprano fuimos a Colón a recuperar a Fusca y lo que iba a ser un trámite de un día, se extiende a casi dos por la inoperancia de algunas personas. Pero la alegría de recuperar a nuestro amigo supera todo, nuevamente somos tres en la ruta, y junto a la Combi nos vamos a Portobelo a conocer y festejar.








La comodidad de los hoteles ya nos incomodaba, necesitábamos recuperar nuestras cosas y seguir. No nos gusta mucho depender de buses, taxis o de nuestras piernas. Volvemos a Panamá City y acampamos en Amador, zona de parques y deportistas donde nos instalamos durante dos semanas. Aquí paran muchos viajeros ya que te prestan los servicios, así fue como conocimos a los franceses de Au Cours Du Monde quienes vienen de Alaska y van hasta Ushuaia.


Nos reencontramos con Bruno y Camila y nos fuimos a recorrer quizá la obra de ingeniería más impactante del siglo pasado, el canal de Panamá. Hace unos años los panameños recuperaron el control del canal (en manos de EEUU) y hay una especie de efervescencia nacionalista que contagia. No es para menos, el canal es una máquina de hacer dinero por eso hoy lo están ampliando. Atrás quedaron los recuerdos de esos trabajadores que murieron intentando unir los dos océanos. Siempre una placa de bronce idolatrando muertos quiere tapar el horror de lo vivido. Manos latinoamericanas al servicio del progreso capitalista nos recuerdan capítulos de una historia ya vivida en estas tierras.




Michel y Claudia se adelantan hacia la costa, seguro nos reencontraremos. Luego de algunas buenas ventas y compras necesarias, salimos rumbo a Pedasí para festejar los carnavales.
Nuevamente la ruta se apodera de nosotros y luego de unas horas de viaje llegamos a playa Venao, donde acampamos y pasamos la noche. La mañana nos sorprende: nos reencontramos con Caro, la otra argentina que conocimos en el velero. Mates, recuerdo frescos y despedida.

Como los carnavales se nos vienen encima, buscamos un camping que nos de la comocdidad de producir y vender los próximos seis días. Al llegar, una combi negra se asoma detrás, Michel y Claudia pararon en el mismo lugar, así que nuevamente estamos juntos. Los días pasaron entre ventas, caminatas, música, mar y amigos. Conocimos a Patricia, Boris y el pequeño Marino, con quienes compartimos el camping y algunas salidas.

Finalizan los carnavales y partimos rumbo a Boquete, ciudad cercana a Costa Rica donde el frío y la altura nos cambian por completo el paisaje. Michel y Claudia se habían adelantado y nos re-rencontramos al lado de un río que usamos de camping. Paseos por el camino del Quetzal (no vimos ni uno), por la pintoresca ciudad y algunas ventas nos van dejando los últimos recuerdos de Boquete y consigo de Panamá.


Michel y Claudia nuevamente salen primero,  pero esta despedida tiene el sabor de ser la final. Nos saludamos con la sensación de que quizá ya no nos veríamos. O quizá sí, en Francia o Colombia. Hoy no podemos afirmar que el mundo es tan grande como para no encontrarnos. ¡¡¡Gracias por todo y hasta luego!!!


Pasamos la última noche bajo una tormenta de viento, lluvia y frío y partimos rumbo a Costa Rica, un paso más para disfrutar de este camino donde la meta cada vez está mas cerca.