domingo, 29 de septiembre de 2013

LA SORPRESA DE UN VIAJERO

 De El Salvador solo nos queda atravesar su frontera y en poco tiempo llegamos a Guatemala. Hemos preparado la llegada a los distintos países de diferente manera, a veces con bastante información, otras solo con lugares importantes para visitar y en menor manera casi sin información previa. Guatemala pertenece a este último grupo y entonces vírgenes de información y de prejuicios entramos  al país. No me pone orgulloso no saber algo, siempre pensé que la vergüenza intelectual es peor que la física. Si me patino y me caigo en público me da risa, si me preguntan algo y no lo se me da bronca, me pongo colorado y necesito averiguarlo. No es muy inteligente y lo peor es que no lo puedo evitar. Pero a veces la falta de conocimiento previo trae ventajas y mucho más cuando deben actuar los sentidos. El descubrir cosas con la inocencia que solo un niño puede tener nos permite recibir lo nuevo con sorpresa, sin el prejuicio del erudito, del que tiene todo previsto y estudiado. Recibir algo sin esperarlo debe ser una de las sensaciones más gratificantes que te puede suceder porque te desestructura por completo y te deja pensando por un largo tiempo. Lo mismo pasa con un país, Guatemala dejó de ser solo ese pequeño país peligroso donde nació Arjona y mataron a Facundo Cabral para convertirse en el corazón del mundo Maya clásico, donde las lenguas nativas se ven en los supermercados, donde los ríos se esconden debajo de grandes piscinas naturales y donde, cuando no, los Volkswagen te reciben con los brazos abiertos.
Los primeros kilómetros fueron accidentados, la Kombi de Lucho fallaba y tardamos más de la cuenta en llegar a Ciudad de Guatemala. La primer sorpresa fue al entrar a un supermercado y ver los carteles escritos en Quiché, una de las lenguas mayas que se conserva y que hoy en día revaloriza un currículum. La presencia de los pueblos nativos fue la primer gran sorpresa de este país.



Parada en los bomberos de Jalpatagua.
Llegamos a Ciudad de Guatemala y nos esperaba Oscar Rodríguez, del club VW. El y sus hermanas son Bomberos Voluntarios. Gran recibimiento de todos, cena comunitaria y despedida de los bomberos a la mañana siguiente.



Al otro día fuimos a la casa de los padres de Oscar y pasó lo que siempre pasa: los dos o tres días se convirtieron en tres semanas. Imposible resistirse a los desayunos de mamá Mirna o las charlas y salidas con Andrea, el Chino o Vale. En estas pocas semanas hicimos de todo: Buscamos a Majo al aeropuerto, salimos a la noche, fuimos a conocer el centro, escalamos el volcán Acatenango (salvo Lucho, todos quedamos en el camino), almuerzos gourmet en lo de Oscar y hasta probamos el súper escarabajo para picadas. Y para variar, arreglamos la Kombi y a Fusca, que necesitaba una cirugía mayor. Conocimos a Julio, un argentino con mas de cuarenta años en Guatemala que nos prestó su taller para desarmar las naves y a “Perika”, el mecánico que se me presentó diciendo “¡¡¡si querés le ponemos un motor más grande!!!”. Fueron días de mucho trabajo y aprendizaje, pero que realmente me hicieron conocer profundamente nuestro auto.

Familia reunida, siempre listos para comer!
Mercado.
Con el maestro Perika y familia.
Jugando en el taller.
Con el argento Julio.
City Tour por el centro.



Excursión al Volcán Acatenango.

Salida mientras Lucho y Fede mecaniquean.
Cuando todo está en su lugar hay que salir, y eso hicimos. Esta vez sin Kombi Sudaca, ellos van a pasar a México pero más tarde. Despedida amarga, pero que vislumbra reencuentro. Despedida de la familia Rodríguez también, lo bueno dura poco pero se recuerda siempre.

Renovados salimos hacia Antigua Guatemala. Es de esas ciudades de callecitas de piedra y arquitectura centenaria que invitan al turista a caminar y a perderte. Pasamos unas noches en la policía turística y salimos hacia Panajachel, en el altiplano guatemalteco.







Antigua y su centro histórico, un viaje en el tiempo
Panajachel es uno de varios pueblos que rodean al lago Atitlan. Los volcanes enmarcan el paisaje y las comunidades nativas le ponen color y sabor con sus tejidos y artesanías.  Conocimos a Byron, jefe de la marina que protege el lago y nos invitó un desayuno, que se transformó en paseo en lancha por los pueblos, en almuerzo y regalos. Pasamos un momento increíble y nos llevamos el mejor de los recuerdos.



Lago Atitlán.




Con Byron de paseo.




Nuestro próximo destino es Cobán donde nos espera Panchete y el club de VW. Pero antes atravesamos el altiplano Guatemalteco y nos regala unos paisajes que nos recuerdan a Bolivia. El aire puro de la montaña y los difíciles caminos de tierra nos complican los tiempos pero nos llenan de poesía el viaje.






Llegamos a Cobán y Panchete nos recibe junto a su familia. Primero nos invita al pequeño paraíso familiar, Orquigonia. Su familia coleccionaba orquídeas y después de mucho esfuerzo abrieron al público un espacio para ver y conocer de forma natural las orquídeas.

En Orquigonia.

Luego de una noche en la cabaña volvemos y nos vamos con la gente del club hasta El Estor, donde nos encontramos con gente del club VW de El Salvador y entre ellos a Armando, amigo de ese país. Invitados por el municipio nos trataron como reyes, o mejor dicho, como dueños de un Volkswagen.



Volvimos a Cobán y nos fuimos a uno de los lugares más sorprendentes del viaje, Semuc Champey. Luego de pasar un camino preparado para camiones y 4x4 y de varias predicciones de los lugareños advirtiéndonos que “ese carro no pasa”, llegamos a la tierra prometida.  Hemos visto ríos entre montañas, pozas de agua naturales y cavernas, pero un río que pasa por debajo de piletas, jamás. La originalidad de la naturaleza no conoce de límites y en su momento de máxima inspiración creó este río que escarbó la tierra formando un puente natural, formando piletas que se llenan con el agua que trae las cumbres de las montañas. ¿Difícil de imaginar? Véanlo ustedes mismos:






Los caminos rocosos dejan secuelas y tuvimos que hacerles unos arreglos a Fusca. Una cicatriz más que hablará de sus aventuras y como una gran foto nos recordará lo que alguna vez hicimos. El “Doc” nos permitió usar su vivero como taller y junto a Julio rejuvenecimos a nuestro amigo.


En Cobán volvió el fútbol, la número cinco se hizo presente y yo no podía faltar: ¿de número 6? No, de fotógrafo ya que Karla invito a Vicky a jugar un “picadito” con mujeres y no me quedó otra que ser un "botinero".



Después de algunas ventas, reuniones en Orquigonia y con la gente del club, nos tuvimos que ir. Otras tres semanas se nos fueron rápidamente gracias a toda esta gente que nos abrió los brazos.

La ruta nos lleva a Petén donde el objetivo era conocer las ruinas de Tikal. Como siempre lo que nace como un objetivo puntual se convierte en un gran número de actividades. Vendimos muy bien, conocimos a Andrea, Roy y Vanesa, artesanos y amigos con los que compartimos ventas, asados y cervezas en Flores, la pequeña y pintoresca isla que emerge en el Lago Petén Itzá.



Con Roy y Beatriz.


Con Andrea y Vanesa nos fuimos a las ruinas de Tikal. Cuando hablamos de la cultura Maya enseguida pensamos en México, pero Guatemala con Tikal a la cabeza fue el estado más poderoso de esta cultura en el período clásico. Recorrer las viejas construcciones, subir a las pirámides y contemplar como la ciudad se pierde en la naturaleza te trasladan a ese mundo que alguna vez brilló y aunque se crea que desapareció, vive en el corazón de Guatemala. Un pedacito del mundo que no pudieron conquistar y se lo hacen saber hablando sus viejas lenguas, comiendo sus tradicionales platos o vistiendo sus antiguas prendas. Una pirámide es fácil de destruir pero no hay bala ni sable que destruya la memoria de un pueblo.





Después de dos meses nos vamos de Guatemala, ese pequeño país que nos demostró que la ignorancia es un hueco que se rellena con alegría.