La última bandera en el Fusca. |
El tramo más bastardeado y criticado en el viaje quizá fue
el que tuvimos que hacer de Monterrey a la frontera con EEUU. Un sinfín de
consejos nos dieron propios y extraños para pasar sin inconvenientes y por
suerte lo logramos. Luego de un par de horas estábamos en la frontera, en la
ciudad Laredo. Terminamos los trámites aduaneros del lado mexicano, los últimos
de Latinoamérica y salimos rumbo a la aduana estadounidense a mostrar nuestras
visas y demostrar que no somos terroristas. El cruce del famoso rio Bravo fue
tranquilo y llegamos sin problemas para hacer nuestros trámites. Un Volkswagen
escarabajo con matrícula argentina no es muy común por estos lugares y si
además viene cargado a mas no poder, entonces se escapa de la lógica y lo
tienen que revisar; y cuando digo revisar es sacar absolutamente todo de
adentro para que el perrito haga bien su trabajo. Luego de las olfateadas, las
preguntas más insólitas y todo eso, nos metemos definitivamente en el último
país del recorrido.
Como no teníamos mapa y mucho menos GPS, preguntamos por la
ciudad más cercana y fuimos hasta Nuevo Laredo donde debíamos sacar el seguro
del auto. Lo que debía ser un simple trámite se transformó en un interminable
ir y venir entre aseguradoras que no sabían qué hacer con un auto que no fuera
mexicano. Por suerte la gente de la Embajada Argentina nos dio una gran mano y
nos conectaron con la aseguradora. Dos noches en la frontera nos sirvieron para
empezar a entender un poco este nuevo país: orden vehicular, gigantescos
comercios, supermercados abiertos 24 horas y una estructura institucional
sólida que no está acostumbrada a resolver problemas fuera del protocolo.
Salimos y por fin empezamos a rodar por EEUU. Las rutas
impecables y señalizadas son una constante por estos lados y cuando te acostumbras
a ciertas reglas se hace placentero manejar. Como estuvimos bastante tiempo lejos
del mar apuntamos hacia allá y llegamos a Corpus Christi para mojar los pies en
el Golfo de México.
Pasamos solo una noche y continuamos viaje. De ahora en más
el objetivo esta tan cerca que solo queremos avanzar. El estado de Texas parece
infinito y se le suma la monotonía de la ruta, siempre impecable, siempre
señalizada. Pasamos de largo Houston con sus autopistas que se pelean por estar
una encima de la otra y entramos a Louisiana para detenernos en la pequeña
Lafayette. Después de tantos kilómetros necesitábamos el contacto con la gente,
saber dónde estábamos. Y esta pequeña ciudad ofrecía una fiesta al aire libre
en un parque donde la feria, la cerveza y la música se hacen presentes. Gente
tomada de esas películas con las que nacimos se reúnen a pleno festejo.
Personas cantando, bailando o simplemente reunidas por algún motivo dignifican
cualquier espacio público. Lo vimos en Latinoamérica, lo vemos en el norte.
Todos somos iguales.
Festival de música en Lafayette. |
Seguimos por Louisiana y llegamos a la mestiza Nueva Orleans
a orillas del río Mississippi donde su actual puerto supo ser la principal vía
de ingresos del comercio de esclavos en el sur de EEUU. De origen francés pero
de pasado español la ciudad se presta a recorrer su zona céntrica a pie donde
bares y restaurantes parecen no vaciarse jamás. Pero también la plaza
principal, la catedral, el barrio francés y todo su entorno te transportan un
par de siglos atrás y te propone una oferta cultural que incluye el jazz y la
venta de arte callejero.
Bourbon Street. |
Río Mississippi. |
Nos vamos y atravesamos los estados de Mississippi y Alabama
que en esta zona se hacen angostos y nos metemos en Florida. El último paso
esta por darse pero antes nos entretenemos un poco ya que llegar a Florida es
llegar a la playa y al mar. Se respiran olas y se vive de esa forma. La ruta
cruza una gran cantidad de ciudades costeras que te obligan a parar, descansar
y meter los pies en el mar por un momento.
Nuevamente rodando, la autopista se aleja un poco de la
costa y solo queda acelerar y llegar. El silencio es el dueño en el interior de
Fusca y solo se deja vencer con alguna pregunta al paso o para comer algo. Las
sensaciones se mezclan, es ese momento donde sabes que la meta está ahí, a un
puñado de kilómetros y querés llegar rápido, sin parar ni pestañar pero los
kilómetros se estiran y Fusca se hace más lento que de costumbre. Sin embargo,
cuando de repente te das cuenta que todo termina, que los casi dos años
transcurrieron y no los sentimos inconscientemente levanto el pie del
acelerador intentando estirar el final para disfrutar cada segundo, para
guardarlo en esos rincones de la memoria que no se olvidan jamás y que afloran
a cada instante sacándote esa sonrisa que para los demás es inentendible y roza
la locura. Los minutos pasan, las preguntas surgen y las respuestas no llegan.
¿Nico estará en la casa o trabajando? ¿Qué vamos a hacer? ¿Cuándo volvemos a
Buenos Aires? Preguntas que intentamos darle algún tipo de orden y que llevan
tantas respuestas como uno puede imaginar. Ya estamos sobre la ruta 75 bajando
hacia el sur y el desvío hacia el este nos pone de cara a Orlando. Las
decisiones dejaron de ser qué país cruzamos, que ciudad conocemos o que ruta
tomar, ahora todo se vuelve preciso, las calles deben ser las correctas porque
el final tiene nombre y apellido y se maneja con la precisión de un relojero.
De un suspiro la ruta se transforma en avenida y la avenida
en calle de paso lento. Como una especie de embudo vehicular todas las calles,
todas las rutas que transitamos en estos dos años conducen al mismo lugar, a la
misma dirección. Doblamos a la derecha, luego a la izquierda y de golpe una
calle sin salida. Volvemos sobre nuestros pasos y retomamos el camino. Calles
sin personas nos impide preguntar por nuestro escurridizo destino. La noche cae
y nos damos cuenta que Nico no va a estar en su casa sino trabajando entonces
rápidamente nos alejamos y nos vamos directo hacia allí. Calles, avenidas,
autopista y la bajada que nos dirige al nuevo destino. Avenida de luces,
comercios y restoranes nos miran desde arriba como el extraño que llega al
barrio. Todo es gigantesco, ruidoso, majestuoso y veloz. Los pocos metros que quedan no los vivimos, no los sentimos,
solo pasan. De golpe Vicky dice “es ahí”
y todo enmudece. Pasamos por enfrente del restorán donde trabaja mi
hermano y vemos movimiento. La gente sale del lugar, atinamos a estacionar a
unos pocos metros. Giro la llave suavemente y paro a Fusca por última vez
creyendo por un segundo que tiene vida, le agradezco traernos hasta acá y le
juro en ese momento amor eterno. Giro la cabeza y la veo a Vicky. Nos miramos
buscando no se que, como esperando una señal divina o un mensaje del mas allá. Creo
haber visto cada instante del viaje en sus ojos, cada segundo de miedo, de
alegría o de tristeza. Sospecho que ella vio lo mismo. Ese momento, ese
instante queda guardado para siempre por Fusca. Es nuestro pequeño nirvana…
Abrimos las puertas y el ruido nos sacude con su puño de
realidad, bajamos del auto y Nico llega gritando, hablando, gesticulando valla
a saber uno que. Nos miramos a la cara y solo atinamos a abrazarnos. Hay mucho
que contar, pero nada que decir. Nico suma a Vicky a ese abrazo interminable y
a la vez abrazamos a todos los que desearon que estemos allí. Con una especie
de zoom mental logro vernos desde arriba y la imagen se me hace familiar. La
soñamos hace unos cuantos años cuando una tarde cualquiera vino Vicky y me
dijo: “bueno, dale, vamos de viaje.” Porque ahí comienzan los viajes, con el
final de la historia. Si el final es bueno, entonces si comienzo. A caminar. A
rodar. A pensar. A vivir. Todos sabemos que siempre hay un final, lo importante
es el camino recorrido. Y lo más difícil siempre es el primer paso.