Luego de una
noche en la ruta llegamos a Mérida con la intención de pasar las fiestas de fin
de año allí, vender y comprar cosas que nos hacían falta. Salimos del llano y
nos metimos entre las montañas una vez más. De nuevo la vegetación abunda, la
llovizna te envuelve cuando atravesás una nube, la temperatura baja y la altura te agita. Sin dudas
llegamos a Mérida.
Ciudad
estudiantil y tranquila, se ubica en un valle, de los tantos que hay por acá en el final de la cordillera de los Andes. Francisco es nuestro contacto y nos
recibe de manera extraña: nos dá las llaves de su departamento y nos dice que
mañana se va a Valera a pasar fin de fiestas con su familia. Solo una noche nos
conocimos, tomamos algo y nos despedimos. Debemos tener cara de “buenos
chicos”. Con casa nueva y las comodidades que eso trae, nos dedicamos a
producir, vender y recorrer. La plaza las Heroínas fue nuestro lugar de ventas,
plantamos a Fusca y comenzamos con todo. Mucha gente se acercó y colaboró,
realmente el trato fue excelente.
Curiosa fue la
visita de José Luis y Andy, dos amigos que a puro trago y risas nos acompañaron
un par de tardes.
Tuvimos tiempo
para visitar el Páramo La Culata , el jardín botánico, la ciudad y además degustar
el helado de la conocida Heladería de los 1000 sabores, que entre otros gustos,
uno se puede deleitar con helado de carne, mariscos, y otras cosas raras.
Nosotros no nos arriesgamos a tanto y probamos helado de canela, de rosas y de
palta. Mucho ruido, pero seguimos extrañando los helados argentinos!!!!!
Páramo La Culata |
Jardín Botánico |
Termina la
semana y Francisco nos invita a pasar año nuevo con su familia en Valera, así que terminamos nuestra etapa de ventas en Mérida y con ella en Venezuela. Cerramos
el departamento con la rara sensación de dejar nuestra casa y nos dirigimos a
Valera, no sin antes pasar por el Páramo Pico El Águila.
Llegamos y
conocimos a la familia de Francisco, y a él también. Un paseo por la ciudad,
visita de parientes y amigos, y a festejar año nuevo. Esta vez acompañados,
compartimos la cena y los fuegos artificiales en la calle. Es agradable ver los
festejos en un lugar con montañas, acostumbrados al llano. Es un espectáculo
aparte ver los fuegos artificiales en distintos niveles de altura.
El año nuevo
llegó, el 2013 es una realidad, y como el fin del mundo no vino, debemos seguir
viaje. Nos despedimos de Francisco y su familia, que nos trataron como parte de
ella. Gracias!!!
La ultima
ciudad venezolana por visitar fue Maracaibo. La idea era comprar todo lo
necesario para seguir a Colombia. Atravesamos
el puente Rafael Urdaneta que cruza el lago Maracaibo (10 km) y la primer sorpresa: la mayoría de los
comercios estaban cerrados ya que se tomaban descanso la semana posterior a las
fiestas. Varias cosas importantes por comprar quedaron de lado, dos días de
corridas de shopping en shopping, una noche en una iglesia , otra en el
estacionamiento de un hospital y a salir para Colombia.
Venezuela
empezaba a ser un recuerdo cuando Fusca se empaca en la ruta. ¿Y ahora qué? Nos
cerraba la aduana y como el fin de semana era largo, nos teníamos que quedar
hasta el lunes sin poder cruzar la frontera. En el medio de todo esto se
detiene otro auto y se baja una persona que dice tener un VW y nos ayuda. Al
rato se detiene otro VW que casualmente era también del club y empieza a
meter mano cual mecánico aficionado. La familia vochera aparece de la nada
cuando más los necesitás. Nos dan una gran mano nuevamente y podemos seguir viaje.
Gracias club VW Manga!!!
Pasamos la
dura realidad de los pueblos fronterizos y por suerte llegamos a la frontera.
Hicimos los papeles de rutina para salir de Venezuela, pero la aduana
colombiana cierra y tuvimos que pasar la noche ahí. Recién al otro día salimos.
Que rara la sensación
de entrar a Colombia nuevamente. De antemano sabíamos con qué nos íbamos a
encontrar, cómo es la gente, la comida, la moneda. No nos es extraño este país,
como tampoco de ahora en más no lo será Venezuela. Ya son parte de nosotros,
nada nos será indiferente. Desde Chávez y las FARC hasta Machu Picchu y La Paz todo pertenece a nuestra
realidad, nuestra nueva realidad. Un amigo me decía que a partir del viaje tu
realidad se amplía, y es verdad. Ninguna noticia de los lugares recorridos
pasará inadvertida ante nosotros, porque ampliamos nuestra realidad, nuestro
campo de acción, de sentir, de pensar. Y una vez que agrandamos esta burbuja
que nos protege nunca mas vuelve a su lugar, al contrario, necesariamente la
agrandamos para abarcar más y más vida. ¿Qué tan capaces somos de modificar
nuestra realidad? ¿qué tan orgullosos estamos de esta? Claramente, lo que
hacemos día a día nos da satisfacción. O por lo menos seguridad, pero ¿de qué
nos perdemos al no cambiarla? ¿qué habrá más allá de lo confortablemente
seguro? Dudas y mas dudas que en algún momento surgen y que quizá nos llevaron
a tomar la decisión de viajar. Preguntas que nacen de la reflexión solitaria,
profunda y rebelde y que tratamos de matar rápidamente con armas modernas
llamadas TV o internet, solo por miedo al contagio revolucionario que
desestabiliza los cánones de la normalidad hereditaria, esa que escogemos sin
saber por qué, o lo que es peor, sin preguntarnos por qué. Lo bueno es que,
contrariamente a lo que nos quieren hacer creer, siempre hay tiempo. Hay tanto
tiempo como excusas posibles.
Pero en la
frontera estamos y de ahí nos vamos temprano. Un breve paso por Río Hacha y
seguimos por la ruta. El atardecer nos sorprende en Palomino, una playita con
un pueblito que año tras año crece con el turismo. Conocimos a los chicos de
Zaigua (http://www.zaiguaweb.com/) español él y mejicana
ella, y que están bajando desde Méjico hasta Usuahia. Compartimos una noche en
un quincho de un futuro hostel-camping, “My House”, donde los dueños nos
permitieron acampar.
El domingo fue
de ocio, inflamos las cámaras de repuesto de Fusca (gracias viejo por el
regalo) y caminamos río arriba para después dejarnos llevar por la corriente. Que
fácil es volverse un niño.
Otra noche en
Palomino y tempranito salimos para Santa Marta, donde nos encontraríamos una
vez más con Michel y Claudia. Llegamos a Taganga y luego del reencuentro y de
un día malo de ventas salimos todos hacia Cartagena donde los trámites para
embarcar a Fusca nos deprimían de antemano.
Luego de un
par de horas y de costosísimos peajes (no me voy a cansar de repetirlo)
llegamos a Cartagena. Casi de noche decidimos ir al Hotel Hilton. En realidad,
al estacionamiento del Hotel Hilton. Bueno, no precisamente el estacionamiento
del Hotel sino uno que está ubicado por detrás de este, frente a la playa, y
acampamos allí. (¿qué pensaron?)
Al otro día,
luego de un chapuzón en el mar nos reunimos con Manfred, un agente aduanero
encargado de realizar los trámites del cruce de Fusca. Este alemán cascarrabias
nos organizó los siguientes dos días con trámites, firmas, idas y venidas para
embarcar nuestro autito. Revisión de antinarcóticos, eterna espera para cerrar
el contenedor y listo. ¡Qué duro dejar a Fusca en ese cubo metálico! Nos desespera
el hecho de pensar que una grúa lo levanta, lo coloca tipo tetris en un barco,
pasa dos días en alta mar rodeado solo de agua salada, otro desconocido lo vuelve
a levantar y lo deja en el puerto de Colón, en Panamá. Esperemos que todo salga
bien.
Ya en contacto
con José Luis, a quien conocimos en el evento de VW Valle de La Pascua, nos
vamos los cuatro y nos quedamos en su casa con su familia. Nuevamente el trato
es cinco estrellas y compartimos casi una semana increíble. En medio de esto
conocimos a los chicos de Panza Pa´Arriba, dos mendocinos que salieron un día en una combi y
no saben a donde ni cuando llegan ni cuantos llegan (hasta ahora eran cinco a
bordo).
Solo dos cosas
nos quedaban por hacer en Cartagena: una, buscar cómo pasar a Panamá, si en
avión o en velero. La otra era disfrutar de una de las ciudades más
encantadoras que nos tocó recorrer.
Cartagena muestra
todas las facetas que puede tener una ciudad. En el sector amurallado caminás
en la historia misma, sus casas, sus plazas, la gente. Todo inmerso en la época colonial. Así como protegían de los ataques piratas, las murallas protegen hoy el paso
arrollador del progreso, de los rascacielos, de los autos modernos y el
tránsito. Se mantiene colorida y como hace algunos siglos es el corazón de la
zona. Espera quizá la llegada de ese barco español
que nunca llegó o ese barco pirata dispuesto a llevarse todo. A lo lejos se ve
Boca Grande y la fuerza de la modernidad. Parte de ese sector se le ganó al mar
y soporta el peso de los edificios, 4 x 4, comercios y paseos costeros. Aquí hay
espacio para todos, pero la pulcridad de lo moderno no “puede” mezclarse con lo
antiguo.
Pero también hay
otra Cartagena, la periférica, la de aquellos que el progreso olvida pero
necesita, la que la historia oficial no la nombra pero también la tejieron. Los
barrios no tienen la dulzura de la época de la colonia ni el confort de la
modernidad, pero a falta de arquitectura sobra el calor de la gente, el olor de
la arepa con queso, el tinto espontáneo o el ron sin horario.
El domingo nos
fuimos a la playa con José Luis y familia. Un poco de arena y mar, un frustrado
intento de ventas y se acabaron los días.
El cruce
decidimos hacerlo en velero. Después de varias averiguaciones elegimos salir
con el capitán Hernando y su velero Victory. ¿La travesía? 36 horas seguidas de
navegación, 3 días en las islas de San Blas y llegada a Cartí, Panamá. Pero todo
esto lo contamos en la próxima.
1 comentario:
Hoy 27 de mayo 2013 lo he visto por nuestro Hermoso Pais.... Guatemala espero publiquen algo de por aqui :0) saludos y q todo les salga bien
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