Cerca, muy cerca. Se huele sin nariz, se palpa sin manos, se ve sin ojos. El comienzo está ahí, al alcance de la mano. Se siente en el estómago, los nervios incomodan y entorpecen los pensamientos. Nada está claro, falta poco y hay mucho por hacer. Seguramente quedarán cosas por resolver, pero todo puede esperar… menos una despedida.
El calendario marca 12 de noviembre y la gente viene de a poco. Comemos, hablamos, explicamos, disfrutamos. Lo primero que nos sale es decir ¡¡¡GRACIAS!!! A los que estuvieron y los que no pudieron ir. Porque no hay despedida sin gente, no importa el lugar, la comida o la bebida, importa quienes y porque están.
Los manjares caseros aportados por todos pasan de las manos a las bocas sin previo aviso, las anécdotas pasadas, las futuras, los consejos de qué hacer si pasa tal cosa o la otra, si se algo de mecánica, de primeros auxilios, de supervivencia… NOOOOO, no sé nada de eso, pero estoy dispuesto a aprender. Para eso está este curso acelerado de vida, espero que el famoso instinto aparezca en esos momentos. Las bebidas se vacían pero los muchachos de fútbol se encargan de recargarlas. Las amenazas de un chapuzón en la pileta aparecen y se hacen realidad. Agua bendita que empapa la ropa, los pelos, la piel… y la alarma de Fusca!!! La noche se hace espesa, algunos se van temprano, otros siguen de festejo, los ojos se cristalizan de lágrimas y de alcohol.
Todos nos miramos, festejamos no sabemos bien que… si nos estamos llendo!!! No nos vamos a ver por un largo tiempo, no vamos a disfrutar de las reuniones en familia, las salidos con amigos ni el fútbol de cada semana. Nos pone triste saber que los abrazos y los besos son los últimos de un largo período, esperamos este momento tanto tiempo que ya llegó, la tristeza nos invade y estamos contentos por eso. Felices de tener a quienes extrañar, no es poca cosa. No hay despedida sin lágrimas, pero no hay bienvenida sin abrazo. Y como dice la canción “… a fuerza de partir voy a saber lo que es volver…”
