domingo, 4 de noviembre de 2012

RUTINA

Popayán.

De Ecuador solo nos quedan unos pocos kilómetros, dormimos en Ibarra acobijados por una estación de servicio y probamos nuestro nuevo sistema coche-cama. La comodidad es mayor y el dormir más placentero, todo un éxito. Temprano salimos hacia Tulcán, última ciudad antes de cruzar a Colombia. Por suerte habíamos llenado el tanque de nafta antes ya que aquí no había combustible, así que con tanque lleno (y económico) nos fuimos a cruzar la frontera, una más, la quinta. En el camino uno va pensando todo lo que hay que hacer, migraciones para nosotros, aduana para el auto, preguntar por rutas, seguro del auto, ciudades más cercanas, tipo de cambio y todo eso. Lo movimientos en estos lugares fronterizos son siempre similares, el que te cambia dinero, el que te pide, el que vende, el que se queja y todo parece que vuelve a empezar. Nosotros mecánicamente nos movemos más veloces que otras veces porque, como se dice habitualmente, tenemos más “experiencia”. Pero ¿Qué es la experiencia? Creo yo, el conocimiento de algo que sucederá por el simple hecho de haber vivido una situación similar. Y ¿Cómo se consigue esa experiencia? Repitiendo una y otra vez lo mismo. Y es en este momento donde aparece una palabra tan odiada como deseada a la vez, la rutina. Odiada porque quién no se quejó un lunes temprano al levantarse porque debemos ir a trabajar o estudiar, o quién no deseó que pase algo distinto para que el “tiempo” pase más rápido y rompa con la monotonía del día, la semana o el mes. Pero deseada también porque esperamos con ansias la “pizzita” de los sábados, el asado dominguero en familia, el fulbito de la semana o cualquier otra cosa que al repetirla nos da placer. Y si algo o alguien cambia los planes nos enfurecemos.
Creo que la rutina está implícita en la vida del hombre, no hay forma de evitarla. Y esto no es negativo. Si uno pensara “voy a hacer algo distinto todos los días” caería en la rutina de pensar que hacer cada día para que no sea igual al anterior. Con lo cual deberíamos reflexionar sobre las rutinas que más nos gustan, las que disfrutamos y esperamos con ansias y repetirlas la mayor cantidad de veces posibles. Y descubrir las que no nos gustan, erróneamente ligadas al trabajo, y cambiarlas de raíz. Y digo “erróneamente” porque estas rutinas nos dan la seguridad del día a día, las odiamos pero las necesitamos. Sabemos de antemano que al repetir una y otra vez ese trabajo no tendremos sobresaltos, no nos tenemos que preocupar por otra cosa más que repetir y el éxito está garantizado. La vida se vuelve menos vertiginosa pero ganamos en seguridad personal, familiar y social. Entonces, si tanto nos ayudan ¿Por qué odiarlas? El miedo al cambio siempre nos paraliza.
Pero así como todo en la vida, al cruzar una frontera la rutina se hace presente y nos ayuda a realizar todo más rápido, ya sea para hacer un trámite, buscar un lugar para comer, dormir o lo que sea. Este viaje tiene mucho de rutinario, pero créanme que lo hacemos con gusto. Así que empezamos a descubrir los paisajes colombianos, montañas, el verde siempre presente y el zig-zag de la ruta. Llegamos a Pasto, donde un contacto que no estaba nos obliga a pasar la primera noche en una estación de servicio y la segunda en los Bomberos, donde realmente nos trataron de maravilla y nos dieron servicios dignos de un hotel.
Hablando con otros viajeros que ya pasaron por Colombia, todos coincidían en que la gente es muy amable y solidaria. Pasto nos lo demostró. Dos días de llovizna y frío nos llevó a pasarlos en el estacionamiento de un supermercado y hemos recibido colaboraciones y ofrecimiento de alojamiento sin siquiera armar el auto para las ventas, pero como la idea era ir hacia Popayán, temprano partimos.
Salimos del frío, alto y lluvioso Pasto para en menos de una hora bajar unos cuantos metros y subir muchos grados la temperatura. Esta zona del continente no se caracteriza por estaciones, solo hay temporadas de lluvia y la temperatura es pareja todo el año, solo cambia si uno está a más o menos metros de altura. A más altura, menos temperatura y viceversa. Mirando por el espejo retrovisor divisamos un Fiat 147 y la sorpresa es aún mayor cuando vemos que la patente (placa) es argentina ¿Quién puede salir a recorrer América con un auto tan viejo? Pensé, y la curiosidad pudo más. Paramos y conocimos a Pablo y Lola, biólogos, músicos y aventureros que están de gira con su arte regando de folklore argentino toda Sudamérica. Así que como imanes seguimos juntos hasta Popayán.
Calles de Popayán, la ciudad blanca.
Llegamos a la “ciudad blanca” y la sorpresa nos invade. No sabíamos de la belleza de este lugar donde la arquitectura colonial, la teja y las paredes blancas juegan en armonía y te transportan en el tiempo. De paso el clima es muy agradable, calorcito de día y fresco de noche. Así que con nuevos amigos fuimos juntos a Wipala, el bar donde tocaban los chicos y esperamos a Arturo, nuestro contacto en Popayán. El llegó e hizo lo que no debía: darnos todos los consentimientos. Nos alojó, nos llevó a comer, a recorrer, a arreglar el auto y hasta recibimos regalos. Demasiado perfecto.


En el hostal de Arturo, desayunando.

Llega el viernes y nos vamos a ver a los chicos ya que se presentaban en Wipala. Empieza el show y la magia se enciende. El recorrido musical por todo el país nos hace darnos cuenta de lo lejos que estamos. La guitarra de Pablo y la voz de Lola logran emocionarnos y hacernos recordar los olores, sabores y paisajes de nuestra tierra.

Presentación en Wipala.
Los dos o tres días de estadía en Popayán de estiran entre salidas e invitaciones y aprovechamos que el fin de semana de realiza un festival gastronómico con lo cual la ciudad se invade se sabores y olores colombianos.
Se darán cuenta que hambre no pasamos...
Nos encontramos con Pablo Jaime, amigo de años de mi hermano mayor Maxi, quien vive en Medellín pero vino al festival así que preparamos en lo de Aturo un gran asado argentino para festejar.


Nos despedimos de Pablo Jaime con un hasta luego y de Pablo y Lola ya que a ellos los esperan en Cali. Arturo no nos deja ir (nosotros no se la hicimos muy difícil tampoco) y nos quedamos unos días más disfrutando de Popayán y eso nos permitió conocer la última noche a Carlos, presidente del club Volkswagen quién nos muestra su Vocho, nos regala una chomba pero lamentablemente no pudimos combinar nada más ya que al otro día nos íbamos.
Así como hay rutinas hermosas como la de conocer y compartir, están las otras, las de la despedida, las que nos negamos a acostumbrarnos, las que siempre duelen. Popayán llega a su fin, un abrazo profundo con Arturo y Nora y un hasta luego, ya que prometen visitarnos en Cali.
Pueblito Patojo.
Llegamos a Cali, tierra caliente no solo por el sol sino también porque la salsa invade las venas de los caleños. Nos espera Juan Carlos, amigo de Pablo y Lola quien nos ofrece su nueva casa para acomodarnos. Rápidamente nos instalamos y nos reencontramos con Pablo y Lola, quienes están alojados con Sergio y Faysulí.
Cali nos recibe calurosa y amigablemente ya que no solo compartimos cenas, almuerzos y paseos con todos, sino que también salimos de “rumba”. Como no bailar salsa en la capital mundial. Por suerte no hay evidencias.





La sorpresa la pusieron Arturo y Nora, quienes cumplieron con su palabra y nos vinieron a visitar. Fuimos todos a ver el recital de los chicos al bar Amalgama y compartimos una gran noche. Ahora sí es la despedida, gracias Arturo y Nora por hacer nuestro viaje cinco estrellas ¡Los esperamos en Santa Marta!
Pero no todo es turismo, así que salimos a vender nuestros productos. Jueves y viernes de buenas ventas, pero el sábado se llevó todo los premios. Una vez al año se realiza “la calle del arte”, donde se cierran unas cuantas calles y todos los artesanos exponen. Y eso hicimos, todo el día se nos fue en ventas, charlas, invitaciones y un sinfín de personas que se entusiasmaron con nuestro viaje.


Dicen los que viajan que este tipo de aventuras marcan un antes y un después para uno. Debe ser cierto, pero también generan un quiebre en preconceptos que uno tiene. Cali era para mí la ciudad del “cartel”, de la inseguridad y del narcotráfico. Hoy es la ciudad de la salsa, la calle del arte y los amigos. Juan Carlos, Sergio, Faysulí y cada una de la personas que se acercaron nos sacaron los anteojos de la ceguera y nos mostraron que las ciudades y los pueblos pueden cambiar su pasado, solo hace falta calor humano y eso en Cali, es lo que sobra ¡Gracias a todos!

Ahora sí salimos todos hacia el eje cafetero, una de las zonas productoras de café en Colombia. Los caminos sinuosos y las fincas le dan ese toque colombiano que uno busca. El rojo furioso de la pepa de café transgrede la regla del fondo verde. Llegamos a Armenia, unas vueltas por la ciudad y de nuevo a la ruta. Ante la negativa de alojamiento de los “simpáticos” bomberos de Montenegro, preguntamos en una finca si podíamos pasar la noche y acampar. Por unos pocos pesos nos dejaron y al vernos armar nuestras carpas, nos invitaron a dormir en unos dormitorios de huéspedes. Excelente noche de guitarra y mates con la gente del lugar.

Después del desayuno salimos rumbo a Salento, uno de esos pueblos perdidos y encantados. Casitas bajas, puertas y ventanas de colores y el paso lento del tiempo nos obliga a bajar y caminar. Decidimos ir a acampar al valle de Cocoras, dentro del Parque Nacional Natural los Nevados. La palma de cera del Quindío crece en este parque que se eleva unos 2000 mts. sobre el nivel del mar. El manto verde e irregular de las montañas solo es perturbado por las palmeras que parecieran hacerle acupuntura. El sol cae y el cielo nos ofrece la mejor paleta de colores que se puede imaginar.



La mañana nos activa, pablo prende un fuego y entre todos hacemos unas tortillas bien de campamento. Obviamente el mate pasa de mano en mano como si estuviéramos en Buenos Aires. Salimos cerca del mediodía y llegamos a Pereira, ciudad importante y urbana. Los chicos se acomodan en el teatro donde iban a tocar y nosotros buscamos a los bomberos del lugar. Nuevamente el permiso se demora y en un intento de encontrar alojamiento aparece Charlotte, contacto de Couch Surfing quién nos invita a su casa. Dos noches con ella nos alcanza para saber lo bondadosa que es y luego del desayuno partimos con los chicos rumbo a Medellín.

 El recorrido es largo, así que acampamos en un puesto policial de un pueblo llamado La Pintada, junto a unas grandes carpas ocupadas por personas que fueron desplazadas por las inundaciones. Una amena charla con los chicos del lugar, unos sándwich de cena y a dormir que mañana vamos a conocer una nueva ciudad, una más para sumar en esta rutina que se convierte en costumbre y que cada vez nos gusta más.

7 comentarios:

Jens dijo...

Hola Federico,

muchos saludos y suerte.
Jens (ciclista de Alemania), siempre en San Gil

http://velomerica.de

gaston dijo...

experiencia y rutina:
hola capitan soy el 9:
experiencia en un peine que te da la vida cuando te quedas pelado. ringo bonavena
y rutina seguimos en mitad de tabla.
jajajja buen viaje capitan

FEDE, VICKY Y EL FUSCA dijo...

Jens, qué alegría!!! Gracias por los saludos, cuando te vas de San gil???

FEDE, VICKY Y EL FUSCA dijo...

Tonga!!! Lo del peine lo estoy experimentando, lo de mitad de tabla me sorprende... antes estábamos abajo!!! jajajaj, abrazo y saludo a los muchachos, siempre me acuerdo de ustedes!

Walter Cornejo dijo...

que buen post chicos! buenisimas las fotos, buenisimos los lugares y buenisimo el relato. Me alegro tanto que esten pasandola bien y compartiendo esta hermosa tierra americana que nos regalaron para conocerla.
Me dan unas ganas de subirme de nuevo!!! ufffff
Abrazo enorme

Wally

FEDE, VICKY Y EL FUSCA dijo...

Ya no te invito más, se que te vas para otros rumbos! Abrazo Wal, estamos retrasados en el blog pero ya nos ponemos al día... ahhh, de la gran Sabana a Brasil hay 6 horas y de Boa Vista a Guayana?? mmmmm, no se, veremos....

Zurdo dijo...

Una dos tres, mil veces lei esa espectacular definicion de rutina, me dio fuerzas para terminar el año y no pensar en negativo el dia a dia, gracias!!!