Popayán. |
De Ecuador
solo nos quedan unos pocos kilómetros, dormimos en Ibarra acobijados por una
estación de servicio y probamos nuestro nuevo sistema coche-cama. La comodidad
es mayor y el dormir más placentero, todo un éxito. Temprano salimos hacia
Tulcán, última ciudad antes de cruzar a Colombia. Por suerte habíamos llenado
el tanque de nafta antes ya que aquí no había combustible, así que con tanque
lleno (y económico) nos fuimos a cruzar la frontera, una más, la quinta. En el
camino uno va pensando todo lo que hay que hacer, migraciones para nosotros,
aduana para el auto, preguntar por rutas, seguro del auto, ciudades más
cercanas, tipo de cambio y todo eso. Lo movimientos en estos lugares
fronterizos son siempre similares, el que te cambia dinero, el que te pide, el
que vende, el que se queja y todo parece que vuelve a empezar. Nosotros
mecánicamente nos movemos más veloces que otras veces porque, como se dice
habitualmente, tenemos más “experiencia”. Pero ¿Qué es la experiencia? Creo yo,
el conocimiento de algo que sucederá por el simple hecho de haber vivido una
situación similar. Y ¿Cómo se consigue esa experiencia? Repitiendo una y otra
vez lo mismo. Y es en este momento donde aparece una palabra tan odiada como
deseada a la vez, la rutina. Odiada porque quién no se quejó un lunes temprano
al levantarse porque debemos ir a trabajar o estudiar, o quién no deseó que
pase algo distinto para que el “tiempo” pase más rápido y rompa con la
monotonía del día, la semana o el mes. Pero deseada también porque esperamos
con ansias la “pizzita” de los sábados, el asado dominguero en familia, el
fulbito de la semana o cualquier otra cosa que al repetirla nos da placer. Y si
algo o alguien cambia los planes nos enfurecemos.
Creo que la
rutina está implícita en la vida del hombre, no hay forma de evitarla. Y esto
no es negativo. Si uno pensara “voy a hacer algo distinto todos los días”
caería en la rutina de pensar que hacer cada día para que no sea igual al
anterior. Con lo cual deberíamos reflexionar sobre las rutinas que más nos
gustan, las que disfrutamos y esperamos con ansias y repetirlas la mayor
cantidad de veces posibles. Y descubrir las que no nos gustan, erróneamente
ligadas al trabajo, y cambiarlas de raíz. Y digo “erróneamente” porque estas
rutinas nos dan la seguridad del día a día, las odiamos pero las necesitamos.
Sabemos de antemano que al repetir una y otra vez ese trabajo no tendremos
sobresaltos, no nos tenemos que preocupar por otra cosa más que repetir y el
éxito está garantizado. La vida se vuelve menos vertiginosa pero ganamos en
seguridad personal, familiar y social. Entonces, si tanto nos ayudan ¿Por qué
odiarlas? El miedo al cambio siempre nos paraliza.
Pero así como
todo en la vida, al cruzar una frontera la rutina se hace presente y nos ayuda
a realizar todo más rápido, ya sea para hacer un trámite, buscar un lugar para
comer, dormir o lo que sea. Este viaje tiene mucho de rutinario, pero créanme
que lo hacemos con gusto. Así que empezamos a descubrir los paisajes
colombianos, montañas, el verde siempre presente y el zig-zag de la ruta.
Llegamos a Pasto, donde un contacto que no estaba nos obliga a pasar la primera
noche en una estación de servicio y la segunda en los Bomberos, donde realmente
nos trataron de maravilla y nos dieron servicios dignos de un hotel.
Hablando con
otros viajeros que ya pasaron por Colombia, todos coincidían en que la gente es
muy amable y solidaria. Pasto nos lo demostró. Dos días de llovizna y frío nos
llevó a pasarlos en el estacionamiento de un supermercado y hemos recibido
colaboraciones y ofrecimiento de alojamiento sin siquiera armar el auto para
las ventas, pero como la idea era ir hacia Popayán, temprano partimos.
Salimos del
frío, alto y lluvioso Pasto para en menos de una hora bajar unos cuantos metros
y subir muchos grados la temperatura. Esta zona del continente no se
caracteriza por estaciones, solo hay temporadas de lluvia y la temperatura es
pareja todo el año, solo cambia si uno está a más o menos metros de altura. A
más altura, menos temperatura y viceversa. Mirando por el espejo retrovisor
divisamos un Fiat 147 y la sorpresa es aún mayor cuando vemos que la patente
(placa) es argentina ¿Quién puede salir a recorrer América con un auto tan
viejo? Pensé, y la curiosidad pudo más. Paramos y conocimos a Pablo y Lola,
biólogos, músicos y aventureros que están de gira con su arte regando de
folklore argentino toda Sudamérica. Así que como imanes seguimos juntos hasta
Popayán.
Calles de Popayán, la ciudad blanca. |
Llegamos a la
“ciudad blanca” y la sorpresa nos invade. No sabíamos de la belleza de este
lugar donde la arquitectura colonial, la teja y las paredes blancas juegan en
armonía y te transportan en el tiempo. De paso el clima es muy agradable,
calorcito de día y fresco de noche. Así que con nuevos amigos fuimos juntos a
Wipala, el bar donde tocaban los chicos y esperamos a Arturo, nuestro contacto
en Popayán. El llegó e hizo lo que no debía: darnos todos los consentimientos.
Nos alojó, nos llevó a comer, a recorrer, a arreglar el auto y hasta recibimos
regalos. Demasiado perfecto.
En el hostal de Arturo, desayunando. |
Llega el
viernes y nos vamos a ver a los chicos ya que se presentaban en Wipala. Empieza
el show y la magia se enciende. El recorrido musical por todo el país nos hace
darnos cuenta de lo lejos que estamos. La guitarra de Pablo y la voz de Lola
logran emocionarnos y hacernos recordar los olores, sabores y paisajes de
nuestra tierra.
Presentación en Wipala. |
Los dos o tres
días de estadía en Popayán de estiran entre salidas e invitaciones y
aprovechamos que el fin de semana de realiza un festival gastronómico con lo
cual la ciudad se invade se sabores y olores colombianos.
Se darán cuenta que hambre no pasamos... |
Nos
encontramos con Pablo Jaime, amigo de años de mi hermano mayor Maxi, quien vive
en Medellín pero vino al festival así que preparamos en lo de Aturo un gran
asado argentino para festejar.
Nos despedimos
de Pablo Jaime con un hasta luego y de Pablo y Lola ya que a ellos los esperan
en Cali. Arturo no nos deja ir (nosotros no se la hicimos muy difícil tampoco)
y nos quedamos unos días más disfrutando de Popayán y eso nos permitió conocer
la última noche a Carlos, presidente del club Volkswagen quién nos muestra su
Vocho, nos regala una chomba pero lamentablemente no pudimos combinar nada más
ya que al otro día nos íbamos.
Así como hay
rutinas hermosas como la de conocer y compartir, están las otras, las de la
despedida, las que nos negamos a acostumbrarnos, las que siempre duelen.
Popayán llega a su fin, un abrazo profundo con Arturo y Nora y un hasta luego,
ya que prometen visitarnos en Cali.
Pueblito Patojo. |
Llegamos a
Cali, tierra caliente no solo por el sol sino también porque la salsa invade
las venas de los caleños. Nos espera Juan Carlos, amigo de Pablo y Lola quien
nos ofrece su nueva casa para acomodarnos. Rápidamente nos instalamos y nos
reencontramos con Pablo y Lola, quienes están alojados con Sergio y Faysulí.
Cali nos
recibe calurosa y amigablemente ya que no solo compartimos cenas, almuerzos y
paseos con todos, sino que también salimos de “rumba”. Como no bailar salsa en
la capital mundial. Por suerte no hay evidencias.
La sorpresa la
pusieron Arturo y Nora, quienes cumplieron con su palabra y nos vinieron a
visitar. Fuimos todos a ver el recital de los chicos al bar Amalgama y
compartimos una gran noche. Ahora sí es la despedida, gracias Arturo y Nora por
hacer nuestro viaje cinco estrellas ¡Los esperamos en Santa Marta!
Pero no todo
es turismo, así que salimos a vender nuestros productos. Jueves y viernes de
buenas ventas, pero el sábado se llevó todo los premios. Una vez al año se
realiza “la calle del arte”, donde se cierran unas cuantas calles y todos los
artesanos exponen. Y eso hicimos, todo el día se nos fue en ventas, charlas,
invitaciones y un sinfín de personas que se entusiasmaron con nuestro viaje.
Dicen los que
viajan que este tipo de aventuras marcan un antes y un después para uno. Debe
ser cierto, pero también generan un quiebre en preconceptos que uno tiene. Cali
era para mí la ciudad del “cartel”, de la inseguridad y del narcotráfico. Hoy
es la ciudad de la salsa, la calle del arte y los amigos. Juan Carlos, Sergio,
Faysulí y cada una de la personas que se acercaron nos sacaron los anteojos de
la ceguera y nos mostraron que las ciudades y los pueblos pueden cambiar su
pasado, solo hace falta calor humano y eso en Cali, es lo que sobra ¡Gracias a
todos!
Ahora sí
salimos todos hacia el eje cafetero, una de las zonas productoras de café en
Colombia. Los caminos sinuosos y las fincas le dan ese toque colombiano que uno
busca. El rojo furioso de la pepa de café transgrede la regla del fondo verde.
Llegamos a Armenia, unas vueltas por la ciudad y de nuevo a la ruta. Ante la
negativa de alojamiento de los “simpáticos” bomberos de Montenegro, preguntamos
en una finca si podíamos pasar la noche y acampar. Por unos pocos pesos nos
dejaron y al vernos armar nuestras carpas, nos invitaron a dormir en unos
dormitorios de huéspedes. Excelente noche de guitarra y mates con la gente del
lugar.
Después del
desayuno salimos rumbo a Salento, uno de esos pueblos perdidos y encantados.
Casitas bajas, puertas y ventanas de colores y el paso lento del tiempo nos
obliga a bajar y caminar. Decidimos ir a acampar al valle de Cocoras, dentro
del Parque Nacional Natural los Nevados. La palma de cera del Quindío crece en este
parque que se eleva unos 2000 mts. sobre el nivel del mar. El manto verde e
irregular de las montañas solo es perturbado por las palmeras que parecieran
hacerle acupuntura. El sol cae y el cielo nos ofrece la mejor paleta de colores
que se puede imaginar.
La mañana nos
activa, pablo prende un fuego y entre todos hacemos unas tortillas bien de
campamento. Obviamente el mate pasa de mano en mano como si estuviéramos en
Buenos Aires. Salimos cerca del mediodía y llegamos a Pereira, ciudad
importante y urbana. Los chicos se acomodan en el teatro donde iban a tocar y
nosotros buscamos a los bomberos del lugar. Nuevamente el permiso se demora y
en un intento de encontrar alojamiento aparece Charlotte, contacto de Couch
Surfing quién nos invita a su casa. Dos noches con ella nos alcanza para saber
lo bondadosa que es y luego del desayuno partimos con los chicos rumbo a
Medellín.
El recorrido es largo, así que acampamos en un puesto policial de un
pueblo llamado La Pintada, junto a unas grandes carpas ocupadas por personas
que fueron desplazadas por las inundaciones. Una amena charla con los chicos
del lugar, unos sándwich de cena y a dormir que mañana vamos a conocer una
nueva ciudad, una más para sumar en esta rutina que se convierte en costumbre y
que cada vez nos gusta más.
7 comentarios:
Hola Federico,
muchos saludos y suerte.
Jens (ciclista de Alemania), siempre en San Gil
http://velomerica.de
experiencia y rutina:
hola capitan soy el 9:
experiencia en un peine que te da la vida cuando te quedas pelado. ringo bonavena
y rutina seguimos en mitad de tabla.
jajajja buen viaje capitan
Jens, qué alegría!!! Gracias por los saludos, cuando te vas de San gil???
Tonga!!! Lo del peine lo estoy experimentando, lo de mitad de tabla me sorprende... antes estábamos abajo!!! jajajaj, abrazo y saludo a los muchachos, siempre me acuerdo de ustedes!
que buen post chicos! buenisimas las fotos, buenisimos los lugares y buenisimo el relato. Me alegro tanto que esten pasandola bien y compartiendo esta hermosa tierra americana que nos regalaron para conocerla.
Me dan unas ganas de subirme de nuevo!!! ufffff
Abrazo enorme
Wally
Ya no te invito más, se que te vas para otros rumbos! Abrazo Wal, estamos retrasados en el blog pero ya nos ponemos al día... ahhh, de la gran Sabana a Brasil hay 6 horas y de Boa Vista a Guayana?? mmmmm, no se, veremos....
Una dos tres, mil veces lei esa espectacular definicion de rutina, me dio fuerzas para terminar el año y no pensar en negativo el dia a dia, gracias!!!
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