Contando los días para salir de Perú sin excedernos de la
fecha permitida por la aduana, decidimos ir a conocer la selva, paisaje que nos
faltaba en el país peruano. De Lámud empezamos la travesia hacia Iquitos,
dejando a Fusca estacionado cerca de la casa de Roxana. Mototaxi a Luya y de
ahí esperar que algún auto salga a Pedro Ruiz, de donde parten los micros que
van a Tarapoto.
Esperando en la plaza de Luya. |
8:30 am estábamos en la plaza, con las mochilas y unas ganas
tremendas de conocer la selva. A las 10:30am todavía ningún taxi salía a Pedro
Ruiz. 11:30am nos comenzamos a preguntar si podíamos viajar de otra forma,
porque se estaba haciendo grande la espera y el entusiasmo por la selva se iba
disipando. 12:00hs sale un taxi pero
como otras personas lo completan, sale sin nosotros. Mucha bronca y ganas de ir
a buscar a Fusca que nos lleva a todos
lados cuando queremos. 13:30 pm salen los chicos del colegio, nosotros todavía
en la plaza , la selva no nos desespera tanto. 14:00hs nos vamos a comer un
menú pensando que de todos modos cuando estemos en Ecuador podemos conocer la
selva.. Ya el viaje empezaba “malparido”. 14:30hs y cae del cielo de las 4x4
una camioneta con un señor que nos pregunta: A dónde van? Con mucho desaliento,
sin levantarme de la vereda le contesto: A Pedro Ruiz. Bueno, los llevo,
responde. Milagrosamente después de seis horas de espera conseguimos que nos
lleven gratuitamente a pueblo que está a una hora de viaje. Entusiasmados de
nuevo, bajamos en Pedro Ruiz y después siete horas de bus a Tarapoto, mototaxi
al centro, minibús a Yurimaguas, mototaxi hasta el puerto, un día de espera y
dos días y medio de barco, llegamos a Iquitos.
En el barco, esperando a que zarpe. |
Ya en camino. |
Delicias del chef. |
Lo bueno no es solo llegar, gran
parte de conocer la selva se disfruta en el barco. El viaje es largo, la comida
es mala (arroz y banana hasta el fin de los tiempos), se duerme en hamacas, hay
mucha gente, pero los atardeceres y amaneceres sobre el río son increíbles , y las noches son muy oscuras y plagadas de estrellas.
Algunos extranjeros y en el medio otros dos argentinos vendiendo trufas. Charla va, charla viene, por
momentos dudamos en acoplarnos con ellos y bajarnos en Nauta para conocer la
selva juntos, pero algo nos dice que tenemos que ir hasta Iquitos. No sabíamos
bien que íbamos a hacer ahí, no teníamos nada planeado. El día que llegamos
recibimos propuestas de todos lados, pero eran excursiones carísimas que no
podíamos hacer , y además desconfiábamos de todo lo que nos prometían (desde
viajar colgados de lianas hasta cazar monos , papagayos, pirañas y zancudos)
sin saber para donde arrancar, aconsejados por Walter fuimos a una comunidad
naturista cuya sede está en el medio de la selva, a 50 km de la ciudad. Después
de un bus y una hora de caminata llegamos. Y así como llegamos nos quisimos ir.
La bienvenida no fue mala pero tampoco la más cálida del mundo. Era muy
evidente que no eramos del palo, pero aun asi nos quedamos para ver que pasaba.
La vegetación es muy densa, hace calor, todos están sumidos en sus tareas y
con Fede nos miramos con cara de qué hacemos acá. La tarde se pasa tomando agua
de caña con jugo de toronja y caminatas en la zona. Comienza a diluviar y nos
vamos a la maloca comedor donde íbamos a pasar la noche. Casi no podemos
dormir. Hace frío y las hamacas son incómodas,
pero estamos en la selva y lo sentimos porque la tormenta no para y es
cada vez más intensa, se escuchan todos los sonidos que emiten los animales
amazónicos presentes en el lugar. Los bichos no dan espacio para el silencio. La experiencia es increíble.
Camino a la comunidad. |
A
la mañana nos agarra un ataque y de un solo impulso huimos a Nauta. Por suerte
paró de llover pero terminamos embarrados hasta el caracú. En nauta nos
quedamos hasta el otro día, pensando en que nuestra aventura por la selva ya
había terminado. Cuando vamos a Iquitos para tomar el barco de vuelta, por esas
casualidades que tienen que darse, nos encontramos con un guía que nos ofrece
visitar una comunidad de nativos y participar en la ceremonia de la Ayaguasca,
algo que nos daba mucha curiosidad y que nos habían recomendado hacer. Esa
misma tarde tomamos una barca por el río Nanay y después de una breve caminata
llegamos a la casa de una familia de la comunidad Boras donde haríamos la
ceremonia.
Guiados por nuestro Chamán Pedro fuimos al río ya de noche a darnos
un baño purificador con un preparado de hierbas que hicimos entre los tres.
Pasadas las nueve empezó el ritual. La Ayaguasca es una bebida espirituosa a
base de plantas de la selva con poderes curativos y alucinógenos. Para nosotros
este acto formaba parte de nuestra visita a la selva. Si nos íbamos de Iquitos
sin tener esta experiencia nos íbamos con un sabor amargo en la boca. Por
suerte todo se dio de la mejor manera, con la mejor gente y en el mejor lugar.
Tomamos el barco al otro dia satisfechos de los breves pero buenos momentos
vividos.
El viaje de vuelta es un bostezo, no fue tan placentero como el de
ida. El barco es mas chico, somos los únicos extranjeros, está parando en todos
los puertos habidos y por construir, hace calor y los niños están
insoportables. 327 partidos de chinchon con Fede y otros tantos de la escoba
del 15 ayudan a matar el tiempo. En el medio, mientras comemos camu camu vemos unos delfines de río saltar a
metros del barco. Grandioso.
Para los que se quedan con la intriga y quieren saber que
produjo la Ayaguasca en nosotros y que sucedió en el ritual, solo les puedo
decir que si creen en estas cosas,
viajen a Iquitos y experimenten por su cuenta la vivencia. Es algo que
para conocerlo hay que vivirlo. Hasta la próxima.
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